Jaiku del mes

ISSA

De no estar tú,
demasiado enorme
sería el bosque

kimi nakute
makoto ni tadai no
kodachi kana

lunes, 17 de enero de 2011

Las hojas secas


                                  Las hojas secas

                                    A Inés le  encantaba pisar las hojas secas y sentirlas chascar bajo sus pies. Era domingo por la tarde.  Pensó que lo mejor sería dar un paseo hasta el videoclub. No eran ni las ocho. Esas hojas de platanero pentagonales, secas, amarillentas, muertas… conservaban completo su tallo y verdaderamente daba pena pisarlas. Tan sólo tenía que  acercarse al videoclub, pisando las hojas secas y volver con una peli en la mano. Una de tiburones, por ejemplo. O de un huracán, un maremoto o algo por el estilo.

 De repente  un fuerte viento se llevó su gorro. Corrió hacia él pero tuvo que parar al sentir un tremendo latigazo. Su piel comenzó a estrecharse,  apretando  más y más a sus  pulmones. Cuando parecía que iba a parar de encoger, siguió. No sólo le faltaba el aire, sino que una pena profunda  le empapó. Notó que la presión  comenzó a subir hasta lo alto de la cabeza, dejando una sensación de raíces tras de sí.  Se tocó y notó que  tenía  un bulto. Escuchó las voces de unos vecinos a lo lejos. Corrió como pudo a buscar el gorro. Se cubrió la cabeza y se  giró para saludarles con un ladeo de cara. Al tranquilizarse, el bulto se secó y calló como una hoja en otoño.
  Inés no llegó al Videoclub. Se metió en el bar de siempre. Decidió que esa misma noche sería la última que visitaría el lugar. A los diez minutos se despidió la mayoría de la gente.  Permaneció bebiendo en silencio hasta que   bajó al  cuarto de baño.
Al llegar la puerta estaba cerrada. Había alguien dentro. Al poco sintió pisadas que bajaban las escaleras. Era  Maribel.
-Si, está ocupado. ¿Cómo te van las cosas Maribel?  –Le preguntó Inés.-
-Soy Anabel, no Maribel.
-Perdona, es que siempre me olvido.
-Yo si me acuerdo del tuyo: Belén.-Le sonriendo dice Anabel-
-¡Soy Inés!
Entonces se abrió la puerta. Salió del baño  una chica rubia con las mejillas encendidas. Rebosaba vitalidad. No tendría más de veinte años. La chica les mira con sus preciosos ojos azules y les  pregunta:
-¿Quién  se llama  Inés? ¡Yo me llamo  Belén!
-Yo soy Inés -Respondió-.
-Siempre me llaman Inés  y siempre, siempre  me he preguntado si a las Ineses les llamaban Belén. ¡Qué punto!
Inés miró al suelo. En él se encontró tirada una pinza del pelo con forma de flor. La arrastró  con la punta del zapato  y luego la pisó con fuerza hasta hacerla chascar.

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