Jaiku del mes

ISSA

De no estar tú,
demasiado enorme
sería el bosque

kimi nakute
makoto ni tadai no
kodachi kana

miércoles, 26 de enero de 2011

VIAJAR SIN VIAJAR

VIAJAR SIN VIAJAR


Hoy voy a hablar de una afición, hasta hoy secreta, a la que llamo Viajar sin Viajar. Tiene muchas cosas buenas: Es gratis, no tienes que hacer o deshacer maleta (con el consiguiente lavado y planchado) y puedes dormir en tu camita tan a gusto, algo no garantizado si vas a Londres, por ejemplo.
Viajar sin viajar suele comenzar un viernes a las tres. Es la hora a la que salgo del trabajo, y como en ocasiones salgo saturada, sudada y tensa prefiero cuidar mi imagen  y no presentarme de esa guisa en casa. Total, me que cojo el metro y lanzo los dados imaginarios sobre su superficie. ¿Y dónde caen? Pues pongamos que… en Carabanchel

Uno de los secretos de Viajar sin Viajar es obviamente  no haber estado nunca en el sitio dónde caen los dados, con lo que la salida de la boca del metro es la primera aventura. Para mi es como  salir de un túnel del tiempo y plantarse, de repente, en una selva del pleistoceno.  

Me gusta contemplar la vida ante sí, por el simple hecho de contemplar, sin buscar nada más que aquello que se quiera presentar ante mi mirada: las terrazas me hacen imaginar quien vive dentro en función de lo que se vea desde fuera: plantas salvajes y enredaderas trepadoras que no dejan visible la fachada, o una mesa y dos sillas con un jarrón en el centro, o un montón de cajas y dos bicicletas colgadas de un gancho… 

También me gusta mirar a la gente que pasa por la calle, sus facciones, sus sonrisas y pillar, si puedo, sus conversaciones  como  si captase una serpentina lanzada al aire en una fiesta. Si hay fruterías, sin duda, entro. Ese olor a apio y cebolla despierta mis sentidos, casi tanto, como la carne roja recién cortada… este último aroma me hace salivar. Y es que miro la hora, y sea cual sea ya se cual es: la de tomarse una caña.

Adoro los bares de viejos en los que las baldosas no tienen nada que ver con los azulejos y las máquinas están colocadas de forma caótica al lado de las mesas de forma que apenas te puedas sentar. Pero yo siempre me voy a la barra. Allí hago que pienso. Porque en realidad lo que hago es contemplar. Me gusta imaginar que tengo una cámara de vídeo  que está mitad dentro de la mente de los clientes, y mitad fuera. Por eso cuando veo dos chicas jóvenes hablando del chico que las gusta, siento intensamente lo que yo creo que ellas sienten, me desborda, y me hace rememorar aquellos tiempos en los que yo estabaentusiasmada por los besos de tornillo y las primeras metidas de mano. A su lado hay un señor sólo, con un carajillo,  y pienso que hay borrachos a los que en lugar de hablar, les da por callar. También veo a la señora que pierde monedas en la máquina tragaperras y que tiene aún la bolsa del pan ante sus pies…

Pero tanta introspección extrovertida  me abre el apetito e hinco el diente a la tapa. Me encantan esas elecciones sorpresa que ponen en un platito pequeño ante mí. Tengo mis preferencias. Con la cerveza, patatas al ajillo. Con el vermut, patatas de bolsa, y con las copas… mi vicio inconfesable… ¡las almendras!
A través del ventanal el sol empieza a caer. Cojo mi bolso, y regreso al metro. En el trayecto, escribo en mi libreta mis impresiones: la señora de la bolsa, las chicas efervescentes, el borracho solitario… y cuando llego a casa me pongo delante del ordenador, arrojo las historias  sobre la mesa, y como si fuese un puzle imposible construyo otras con retales, como un collage.   

Y  entonces sí empieza el verdadero viajar sin viajar, porque cuando escribo, ni siquiera soy yo la que viaja, sino  una chica que acaba besarse con el chico que la gusta, un señor que  repasa su vida en silencio sumergiéndola en un coñac, o la señora que busca la intensidad en la emoción turbadora de una máquina tragaperras. El verdadero viaje es viajar a otro cuerpo, descansar de uno mismo, de nuestras convicciones, propósitos, fantasmas  y pensamientos.  No se vosotros, pero yo me  tengo tannnnnnnnnnn aburrida

2 comentarios:

  1. Estar abiertos a la existencia, nos hace percibir, sentir, vivir con la intensidad de lo relatado (en el contenido y la forma)... el sentido de la vida en cada arista que podemos, y el saber que siempre hay un poco mas.. nos hace repetir el juego una y otra vez.. a seguir descubriendo mundos!

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  2. Es una vida en sí misma... Gracias Pax!

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