Hoy por hoy, en determinados círculos la gente se siente muy orgullosa de vivir en una comunidad con piscina.
Llegan al extremo de que aunque no tengan piscina y únicamente dispongan tengan un trozo de césped (del que les corresponde escaso metro cuadrado) presumen de ello: el caso es disponer un sitio para sentarse en su tiempo libre junto (muy junto) a sus hijos y disfrutar de lo bueno de la vida. Y es que lo que les gusta es permanecer aletargados en su pequeño espacio separado del resto del mundo por una verja que impide el paso a los de fuera y les garantiza la máxima seguridad y sobretodo, el privilegio de que sólo los propietarios pueden estar ahí, y el resto del mundo, no.
Es curioso porque cuando yo paso por fuera, y les veo ahí dentro, apiñados, y orgullosos, lo primero que se me viene a la cabeza es la zona de los simios en el zoo. Con la diferencia que estos humanos se han encerrado así mismos. Eso sí, en su urbanización privada.