Esta mañana cuando he llegado a la parada del bus, había un padre y su hijo de unos tres años. Ambos tenían marcados rasgos indios, propios de Perú o Ecuador. El niño jugaba inquieto alrededor del banco metálico y frío, se escondía, y el padre parecía encantado al mirarle y lleno de ternura. Apenas tendría veinticinco años, llevaba una cazadora vieja y los zapatos bastante más grandes de su talla. Su apariencia pobre contrastaba con la del niño, que llevaba su mochilita nueva, su chaquetita roja limpia y un jersecito debajo sin las bolitas del del padre.
De repente, el niño se acercó al padre juguando y éste le gritó "¡machupichu"!". Su tono era tan dulce, cariñoso y comprometedor, que el niño sonrió y se abalanzó sobre él para que le hiciese cosquillas. Y el padre repitió "¡machupichu! ¡machupichu! una y otra vez, ante lo que el crío se tronchaba de la risa. Luego vino mi bus, y les dije adiós con la mano desde dentro.
No me vieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario